REPORTAJE DE LA SEMANA
Todos los
hombres en un momento u otro de su vida se enfrentan a momentos dolorosos como
el sufrimiento, la muerte, la enfermedad, etc. Es sólo gracias a la Esperanza,
la segunda virtud teologal, que estas realidades adquieren un sentido,
convirtiéndose en medios de salvación, en un camino para llegar a Dios. La
Esperanza nos da la certeza de que algún día viviremos en la eterna felicidad.
La virtud de
la esperanza corresponde a ese anhelo de felicidad que Dios ha puesto en el
corazón del hombre.
Es un virtud
sobrenatural infundida por Dios en el momento del Bautismo. Nos da la firme
confianza en que Dios, por los méritos de Cristo, nos dará las gracias que
necesitamos aquí en la Tierra para alcanzar el Cielo.
La virtud de
la esperanza consiste en confiar con certeza en las promesas de salvación que
Dios nos ha hecho. Está fundada en la seguridad que tenemos de que Dios nos
ama. Y está basada en la bondad y el poder infinito de Dios, que es siempre
fiel a sus promesas.
Sin
esperanza, el hombre se encierra en el horizonte de este mundo y pierde la
visión de la vida eterna. Lucha solo contra las dificultades prescindiendo de
la ayuda de Dios.
Pero sabemos
que el hombre está destinado a la vida eterna y debe vivir de cara a ella. La
esperanza es la seguridad en algo futuro. Confiando en Dios no hay futuro
incierto. La esperanza cristiana se funda en la fe, porque nace de creer en las
promesas que Dios nos ha hecho.
Uno de los
ejemplos más claros de lo que es la esperanza lo encontramos en Job, que a
pesar de todo lo que le sucedió seguía creyendo en Dios. Su esperanza nunca se
perdió, por más que le decían , él seguía siendo fiel.
Ahora bien,
la esperanza en Dios no elimina un cierto temor a Dios, un temor sano, pues los
hombres sabemos que así como Dios es siempre fiel, los hombres sabemos
que muchas
veces somos infieles y hacemos caso omiso a la gracia, lo cual nos conlleva el
riesgo de condenarnos. Debe haber una proporción entre la esperanza y el temor.
La esperanza
sin temor es presunción. Sin embargo una esperanza con temor de hijo de Dios es
una esperanza real. Por otro lado, una esperanza con un temor excesivo nos
lleva a la desconfianza. El temor solamente, es decir, sin esperanza, no es
otra cosa que desesperación.
Pecados
contra la esperanza
Desesperación
desconfianza en Dios, por lo que nos abandonamos al abismo de nuestra propia
inseguridad. Es el pecado de Caín y de Judas. Ge. 4, 13; Mt. 27, 3-6. Con la
desesperación estamos negando la fidelidad de Dios a sus promesas y su infinita
misericordia, y nos puede llevar a muchos excesos, incluyendo el suicidio. Es
un pecado gravísimo. La persona desesperada siente y piensa que Dios no le
puede perdonar, que nada que haga va a cambiar la situación.
La
presunción confiar en obtener la vida eterna sin la ayuda de Dios, porque nos
bastamos a nosotros mismos. Es el caso típico del autosuficiente que se “no
necesita de nada, ni de nadie, sólo él basta”. Es un exceso de confianza que
nos hace pensar que vamos a obtener la salvación aún prescindiendo de los
medios que Dios nos da. Es decir, sin la gracia, ni las buenas obras. Su causa
principal es el orgullo. Se piensa que no importa lo que se haga, de todas
maneras se obtiene la salvación.
Existen
diferentes maneras de pecar por presunción:
Los que
esperan salvarse por sus propias fuerzas, sin la ayuda de la gracia de Dios
Herejía Pelagio.
Los que
esperan salvarse por la sola fe, sin hacer buenas obras. Protestantismo.
Los que
viven pensando que ya habrá oportunidad de convertirse en el momento de la
muerte, y viven un estado habitual de pecado.
Los que
siempre están pecando “ a fin que Dios siempre perdona”.
Los que se
exponen con mucha facilidad a las ocasiones de pecado, pues piensan que son
capaces de resistir la tentación.
Es pecado
grave esta presunción, pues se está abusando de la misericordia divina y
despreciando su justicia. Es una confianza excesiva y totalmente falsa en Dios.
La
desconfianza: se tienen dudas en la misericordia y fidelidad de Dios, aunque se
tenga cierta esperanza.
La
irresponsabilidad: dejar toda nuestra salvación en manos de Dios y no poner los
medios que corresponden a nuestra colaboración.
La esperanza
es una virtud poco conocida o muy confundida. No se piensa en ella como algo
sobrenatural, referente a nuestra vida eterna, sino que se piensa que la
esperanza concierne en alcanzar diferentes cosas aquí en la tierra
YO SOY… EL CAMINO,LA VERDAD Y LA VIDA
Nos
encontramos el ejemplo de una mujer anónima, llamada "La Cananea" por
su origen, no por nombre propio. Nos va a enseñar cómo la fe es capaz de
ganarle a Dios ese pulso que Dios le echa. Es un relato tan hermoso que parece
casi un cuento de hadas. Sin embargo, aquella mujer se llevó en el corazón
aquello que tanto quería: la curación de su hija.
"Ten
piedad de mí, Señor. Mi hija está malamente endemoniada". Esta mujer parte
de una realidad: nadie, a excepción de Dios, puede solucionarle eso que
atormenta tanto su corazón, el tormento de su hija a manos del demonio. En
nuestras vidas cuántas veces Dios no entra en nuestros cálculos humanos: son
nuestras propias fuerzas, son los demás, es la esperanza en el progreso, es el
psicólogo, las primeras puertas a las que llamamos. Cómo nos cuesta poder decir
que aquella sencillez de Marta y María: "Señor, el que amas, está
enfermo" Cómo nos cuesta ser niños ante Dios y decirle con esta mujer: "Ten
piedad de mí".
Parece que
Jesús no escucha aquel grito desgarrado, porque no le responde. Sin embargo,
cómo le dolió a Cristo aquella súplica. Quiere poner a prueba la fe de aquella
mujer para que su fe fuera más grande si cabía. Y son los discípulos quienes
intervienen abogando en favor de ella, pero no por motivos profundos, sino para
quitársela de encima, pues ya molestaba. Parece que Dios muchas veces no nos
escucha, no nos oye. Nos llega a desesperar a veces el silencio de Dios. Es
posible que hasta a veces pensemos que a Dios no le interesamos. Y es ahí
justamente cuando Dios está esperando ese último gesto de entrega a él, de
confianza en su amor de Padre.
Jesús
responde a los discípulos, no a ella, que él no ha sido enviado más que a las
ovejas perdidas de la casa de Israel. Es como un gesto de desprecio, de
rechazo, como queriendo zanjar todo aquello de golpe. Pero ella insiste en su
oración: "Señor, socórreme". Hay que ser humildes para aceptar a
Dios. "Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los
Cielos". Ante aquel grito de dolor, Cristo va a poner la última prueba. Le
dice que no está bien quitarle el pan a los hijos para dárselo a los perritos.
Es como un insulto. Hoy diríamos que Cristo ha pisoteado la dignidad humana de
aquella persona. Pero Él sabe lo que está haciendo, y lo que está haciendo es
purificar aquel corazón plenamente antes de hacer el gran milagro.
Por ello
responde la mujer que también los perritos comen de las migajas que caen de la
mesa de sus señores. Aquello doblega el corazón de Cristo que ya desde antes
venía sufriendo junto con aquella mujer aquel dolor terrible que experimentaba
por la enfermedad de su hija. Ya no puede más, y ante tanta humildad dice:
"Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas". Y la hija quedó
curada. La fe siempre lo puede todo hasta lo imposible. La fe y la humildad de
una pobre mujer cananea habían doblegado el Corazón de Dios. "A los
humildes Dios los bendice". ¡Cómo se llenaría de gozo el corazón de
aquella mujer que ahora contemplaba a su hija curada! Diría: "Ha valido la
pena pasar por esto mil veces", y tal vez no se daba cuenta del todo de
que había sido su fe perseverante quien había ganado aquel duelo.
Nosotros los
cristianos tenemos que aprender de esta mujer muchas cosas hermosas y bellas. A
Dios se le vence con la fe, no con el orgullo. De Dios se obtiene todo no con
el racionalismo, sino con la confianza. En Dios siempre encuentra uno acogida
cuando se le acerca con humildad, no con auto-suficiencia. Por ello, estos ejercicios
nos dan la oportunidad de revisar nuestra fe.
¿Es mi fe la
primera actitud que define mi relación personal con Dios? O más bien, ¿la fe es
el último recurso, cuando ya no cabe ninguna otra esperanza? A Dios le gusta
que mi relación habitual, diaria, personal con Él se de siempre en el campo de
la fe. Dios quiere que me fíe de Él, que tenga la suficiente confianza como
para pedirle cosas de niño, que nunca ponga en duda su amor y su poder.
¿Es mi fe
humilde? Parecería una contradicción porque la fe sin humildad no es tal. Pero
conviene preguntarse si sé agarrarme de Dios incluso cuando no entiendo nada de
nada, cuando no comprendo sus planes, cuando me resulta imposible ver su amor
en algo que me ha sucedido. Entonces, tengo que hacerme pequeño y decirle a
Dios: "No te entiendo, pero me fío de ti", como tuvo que hacer María
al comprobar que duros eran los planes de Dios sobre el modo y el cómo del
Nacimiento de su Hijo, o al ignorar cómo se iba a resolver el tema de su
embarazo con José, o al escuchar que una espada iba a atravesar su corazón por
culpa de aquel niño que llevaba a presentar ante el Señor.
¿Es mi fe tan
grande que, incluso no entendiendo nada de nada de los planes de Dios sobre mí
o sobre los demás, pongo por delante siempre mi fe absoluta en Él? ¡Cómo nos
gustaría escuchar de los labios del mismo Dios: "Qué grande es tu fe. Que
se haga como quieres"! Hay que apostar en la vida por Dios y aceptar que
Dios nos sobrepasa y nos supera. No somos nada a su lado. Todo lo que de Él venga
será bienvenido. No dejemos nunca que el orgullo nos someta y dejemos de
curarnos porque se nos hace humillante bañarnos en el río que nos ha aconsejado
Dios cuando tenemos ríos tan bellos en nuestra tierra (2 Re 5, 1-15).
El Evangelio
de la gracia, la Buena Nueva de Cristo, nos ha enseñado que la fe es
fundamental en el cristiano. Incluso cuando uno ve el futuro y siente ansiedad,
incluso cuando uno ve los problemas y siente impotencia, incluso cuando uno
constata los graves problemas que afligen al mundo, al hombre, a la familia. No
hay otra solución que la fe. Dios es más grande que todo eso. Dios es quien me
garantiza mi alegría y mi salvación.
FUENTE:
catolic-net
SABIAS QUE?...
Un profesor universitario
retó a sus alumnos con esta pregunta.
-¿Dios creó todo lo que
existe?
Un estudiante contestó
valiente:
-Sí, lo hizo.
-¿Dios creó todo?
-Sí señor, -respondió el
joven.
El profesor contestó,
-Si Dios creó todo, entonces
Dios hizo el mal, pues el mal existe y bajo el precepto de que nuestras obras
son un reflejo de nosotros mismos, entonces Dios es malo.
El estudiante se quedó
callado ante tal respuesta y el profesor, feliz, se jactaba de haber probado
una vez más que la fe cristiana era un mito. Otro estudiante levantó su mano y
dijo:
-¿Puedo hacer una pregunta,
profesor?.
-Por supuesto, -respondió el
profesor.
El joven se puso de pie y
preguntó:
-¿Profesor, existe el frío?,
-¿Qué pregunta es esa? Por
supuesto que existe, ¿acaso usted no ha tenido frío?.
El muchacho respondió:
-De hecho, señor, el frío no
existe. Según las leyes de la Física, lo que consideramos frío, en realidad es
ausencia de calor. “Todo cuerpo u objeto es susceptible de estudio cuando tiene
o transmite energía, el calor es lo que hace que dicho cuerpo tenga o transmita
energía. El cero absoluto es la ausencia total y absoluta de calor, todos los
cuerpos se vuelven inertes, incapaces de reaccionar, pero el frío no existe.
Hemos creado ese término para describir cómo nos sentimos si no tenemos calor”.
Y, ¿existe la oscuridad? -continuó el estudiante.
El profesor respondió:
-Por supuesto.
El estudiante contestó:
-Nuevamente se equivoca,
señor, la oscuridad tampoco existe. La oscuridad es en realidad ausencia de
luz. La luz se puede estudiar, la oscuridad no, incluso existe el prisma de
Nichols para descomponer la luz blanca en los varios colores en que está
compuesta, con sus diferentes longitudes de onda. La oscuridad no. Un simple
rayo de luz rasga las tinieblas e ilumina la superficie donde termina el haz de
luz. ¿Cómo puede saber cuan oscuro está un espacio determinado? Con base en la
cantidad de luz presente en ese espacio, ¿no es así? Oscuridad es un término
que el hombre ha desarrollado para describir lo que sucede cuando no hay luz
presente.
Finalmente, el joven preguntó
al profesor:
-Señor, ¿existe el mal?.
El profesor respondió:
-Por supuesto que existe,
como lo mencioné al principio, vemos violaciones, crímenes y violencia en todo
el mundo, esas cosas son del mal.
A lo que el estudiante
respondió:
-El mal no existe, señor, o
al menos no existe por si mismo. El mal es simplemente la ausencia de Dios, es,
al igual que los casos anteriores un término que el hombre ha creado para
describir esa ausencia de Dios. Dios no creó el mal. No es como la fe o el
amor, que existen como existen el calor y la luz. El mal es el resultado de que
la humanidad no tenga a Dios presente en sus corazones. Es como resulta el frío
cuando no hay calor, o la oscuridad cuando no hay luz.
Entonces el profesor, después
de asentar con la cabeza, se quedó callado.
El nombre del joven era
Albert Einstein…
FRASE DE LA SEMANA
La fe debe marcar cada etapa de nuestro
peregrinaje. No creemos una vez y luego nos olvidamos de ello. Debemos reclamar
y renovar la fe cada día de nuestras vidas. Siempre debemos ser, sobre todas
las cosas, creyentes.
Douglas Moo
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